Una acusación falsa de militares, quienes la detuvieron y acusaron falsamente de ser halcón del Cártel del Golfo, originó que Norma fuera internada en la cárcel.
Donde fue torturada casi hasta la muerte por Los Zetas. Sin embargo, este tormento inició de forma inocente, cuando ella pasaba un fin de semana con su novio en Nuevo Laredo, Tamaulipas, Originaria de esta ciudad fronteriza con Texas, Norma contrajo matrimonio muy joven, y a los 25 años ya tenía cuatro hijos. Se divorció del padre de los niños poco después del nacimiento del último, de acuerdo con una entrevista publicada por EFE.
A finales de 2011 conoció a Juan Manuel, quien la invitó a pasar un fin de semana a la vecina ciudad de Nuevo Laredo junto con un amigo llamado Ricardo. Su madre, quien le cuidaba a los niños, le advirtió que no se fuera con ese hombre, pero “se me hizo fácil irme sin el permiso de mi mamá”.
Viajó a Nuevo Laredo el 10 de noviembre de ese año para encontrarse con Juan Manuel y se hospedaron en el Hotel Quality INN, donde también se encontraba Ricardo, un amigo de aquel.
La tarde del viernes 10 de noviembre, Norma salió de su cuarto para comprar algunos artículos personales en una tienda y pasó por la alberca donde se encontraba un grupo de hombres que le gritaron: “Vente a bañar con nosotros”, ella rechazó la oferta.
Al día siguiente, Norma, Manuel y Ricardo fueron detenidos por aquellos mismos sujetos que se bañaban en la alberca, pero ahora portaban el uniforme del Ejército e iban armados. La acusaron de ser espía de un cártel y allí comenzó un calvario que no termina porque, aunque recuperó su libertad, su paso por la prisión la marcó de por vida.
El “comandante” que los encabezaba apartó a la mujer y le dijo:”Vente conmigo 15 días y te soltamos o si no te vas con todos los detenidos”.
Norma se negó y el militar le respondió:
“Pues vas a quedar detenida por apretada”.
El traslado
Dentro de la camioneta que recorría las calles de Nuevo Laredo, el militar que iba junto a ella le ordenó que se agachara; justificó que le podrían dar un balazo si se enteraban Los Zetasde su traslado. Ella sólo se recargó en la puerta. Molesto, el militar le ordenó que se acostara boca abajo, ella cree que para poder verle las nalgas.
Al llegar a la zona de ingreso del penal, seguía confiando en que todo se trataba de un mal entendido. Pensó que sería liberada inmediatamente.
Pasaron los minutos, pero no era liberada. Sentada sobre una camilla del área de enfermería, no pudo contener las lágrimas que le brotaban y se escurrían por sus mejillas.
Cuando esperaba que el médico terminara de revisar a sus amigos, escuchó una voz tras una puerta: “Ya llegaron unos nuevos”. Entonces comenzó a llenarse el espacio y al poco tiempo ya había más de diez personas en la habitación.
“Llegó con ellos una que le dicen Mireya ´Tongolele´. Nunca se me va a olvidar, porque me agarró de los pelos y me llevó a donde estaba el consultorio del doctor y me empezó a cachetear y me dijo ´eres de Reynosa, eres una mugrosa´. Yo estaba espantada”.
Sobre su cabeza sintió la pesada mano de un hombre al que describe como alto y gordo, con toda la dentadura cubierta con metal que parecía oro.
Él la tomó del pelo y la sacó a un corredor donde hay una malla ciclónica que dirige a la zona de carpintería.
La cara de Norma fue oprimida a la protección metálica durante todo el trayecto en el lugar donde durante los siguientes ocho días, sería lo más parecido a una sala de tortura.
En ese lugar ya estaba Manuel. Alrededor de siete internos lo golpeaban hasta el cansancio.
Y, pese a todo, parece no haber perdido el júbilo con el que vivía en 2011, cuando conoció a Manuel en Reynosa.
En 2011, Norma trabajaba toda la semana como secretaria en un despacho de abogados y después de que su marido la dejó -tras nueve años de matrimonio y con cuatro hijos pequeños que mantener-, quería una nueva oportunidad en el amor. Le hizo caso a su pretendiente pese a los consejos de su madre.
Declaración falsa
En su declaración frente a su abogado de oficio, no pusieron nada de lo que Norma dijo. Al contrario, querían que firmara que ella había declarado que fue detenida como halcona -un término usado en México para los que hacen el ´trabajo´ de vigilantes del narco- y porque supuestamente portaba aparatos de comunicación, así como 3 mil 200 de pesos. Norma se negó a firmar rotundamente.
“Ésta te salió fierita”, comentó la que redactaba en el MP al abogado, quien estaba parado frente a ella sin decir nada.
“Le dije ´¿y usted quién es?´, y ella dijo: ´es tú abogado´, no pues le dije que él estaba ahí para defenderme, no para acusarme, y si va a estar así, mejor ni hable”.
En el expediente 178-2011 de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Tamaulipas se describe a la Secretaría de la Defensa Nacional como el denunciante, por el delito de “atentados contra la seguridad de la comunidad. Probable Responsable (s): Juan Manuel Ibarra y Otros”.
A Norma no la dejaron hacer llamadas y le advirtieron que no tenía derecho a nada.
El lunes 14 de noviembre por la mañana le dijeron que ya ´se iba´. Y ella pensó que se referían a que por fin podría volver a casa.
Pero le pusieron de nuevo las esposas, la subieron a una camioneta custodiada por militares y la llevaron al Centro de Ejecución de Sanciones (Cedes).
Tortura en la cárcel a manos de Los Zetas
Cuando era golpeado por los internos, miembros de Los Zetas, en el taller de carpintería, Manuel trataba de desligarla de todo.
Les decía que ella no tenía nada que ver, que era inocente. Incluso, la insultaba, para que sus verdugos no creyeran que era una persona importante para él y la dejaran al margen de la situación.
Al ver la tortura a la que lo sometían, Norma cayó en cuenta que a su entonces pretendiente lo acusaban de pertenecer al Cártel del Golfo.
“A mí me temblaban las piernas y cuando preguntaron quién era yo, Manuel empezó a decir cosas feas mías, dijo: ´esa es una que nos trajimos de Reynosa, es una cualquiera, pero ella no tiene nada que ver en esto, déjenla´”., .
Dos sujetos la tomaron de los hombros. Uno de cada uno. Le bajaron los pantalones, la ropa interior y otro le propinó los primeros quince tablazos en las nalgas, piernas y espalda.
Pese al dolor y el miedo, ella seguía de pie.
“Me decía el muchacho, ´tírate al piso´. Yo no me tiraba, le dije: ´¿para qué, para que me levantes de otro golpe?´”., .
Querían que confesara ser parte del Cártel del Golfo. Fueron turnos de 15 tablazos durante horas. Horas, no minutos. Cuando al fin soltaron la tabla, se dedicaron a abusar sexualmente de ella. El final de la tortura y el abuso lo recuerda ya de madrugada. Cree que eran las 2 o 3 de la mañana del día siguiente.
“Hay algo que recuerdo bien. Cuando estaba parada y ya traía el pelo suelto, estaba con la cabeza agachada, eso fue ya en la noche, yo creo que ya estaban pensando en violarme y le dice uno al otro ´dile que te la chupe güey´., .
“El muchacho estaba sentado y nomás me le quedé viendo, bien enojada, y le dijo ´no, ya viste cómo me está viendo. Si se la meto me la arranca´. Yo no le quitaba la mirada de encima”.
Ya de madrugada fueron dos mujeres por ella. Eran Rubí y Damaris, quienes decían ser las “encargadas” del área femenil.
Para entonces, Norma sangraba de los glúteos, la espalda y las piernas, pero ellas no se compadecieron y la seguían golpeando. La desnudaron y le robaron su ropa. Y la aventaron en una celda inmunda, donde la llegaban a alarmar después con los típicos baldes de agua fría.
Recuerda que le arrancaron las uñas y le quemaron el cuerpo con cigarros. No podía caminar, y a rastras la hacían que fuera a limpiarles su celda.
“Tenía como cinco días sin comer y me preguntaron que si tenía hambre y para mi mala suerte iba pasando una cucaracha. Me hicieron que la masticara, se me salían las lágrimas del coraje”.
Una noche se la llevaron a un salón donde tenían computadoras; ahí estaba Manuel, aún más herido que ella.
Le mostraron fotos de rostros de hombres. Le preguntaron si los conocía, ella lo negó, entonces le apuntaron con un arma, cortaron cartucho.
Entonces pensó que estaba viviendo su último minuto de vida. Pero no lo fue.
En aquel momento a través de radios avisaron de la entrada de los “negros” (policías estatales). Y la devolvieron a su celda para continuar el martirio al que las reclusas la sometían diariamente.
Muerta en vida
El 21 de noviembre de 2011, una convicta alta y corpulenta la levantó del catre en el que yacía, la tiró al piso y agarrándose de dos barrotes, tomó vuelo hacia arriba y se dejó caer sobre su frágil cuerpo.
Fueron diez veces las que cayó encima de su estómago, hasta que se rindió y la dejó mal herida. Los siguientes minutos Norma vomitó sangre hasta que llegó una custodia a ver si estaba viva.
Después de perder el conocimiento, despertó cinco días después en la Clínica La Fe, de Nuevo Laredo.
La información médica es contundente: le quitaron una cuarta parte del hígado, le extirparon la vesícula, la atendieron de múltiples fracturas, incluyendo de costillas; tenía hemorragia interna e inflamación cerebral.
Tiempo después se enteró de la gravedad: la habían dado por muerta desde que la sacaron del penal.
Dos celadores la llevaban a la morgue. En el traslado uno de ellos escuchó un leve quejido y le dijo al otro: “Ésta no va muerta”.
En la clínica La Fe los médicos trabajaron durante horas con un solo fin: salvarle la vida a Norma.
El 4 de diciembre de 2011, fue sometida a una cirugía en la que le retiraron la piel muertaque tenía en la espalda, glúteos y piernas.
Desde entonces ha sido intervenida 14 veces, dos con tratamientos de células madre y algunas cirugías plásticas para la reconstrucción de su cuerpo.
Primera mujer con Protocolo de Estambul
Por orden de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, se inició el trámite para que le fuera declarado el Protocolo de Estambul.
Dicho sistema es una guía que contiene las líneas básicas, con estándares internacionales en derechos humanos, para la valoración médica y psicológica de una persona que se presuma o haya sido víctima de tortura o algún mal trato.
Para ser declarado, Norma fue sometida a una minuciosa valoración médica y psicológica, durante seis horas diarias en un lapso de ocho días.
“El psicólogo me pidió que le contara todo. Me agarré llorando. Recuero que cerré los ojos y le dije todo. Para cuando terminé de contar y abrí los ojos, estaba en el rincón del cuarto tirada en posición fetal y él sentado a un lado mío. Me levantó y me dio un abrazo fuerte. Me dijo: no necesito ver más”.
Semanas después fue certificada como la primera mujer mexicana viva y torturada en 2011, a quien se le entregó el Protocolo de Estambul.
El 14 de enero de 2015, luego de más de tres años de la querella legal, fue absuelta y puesta en libertad.
Hoy está de nuevo junto con sus hijos y sus padres. Y encontró una nueva oportunidad en el amor.