La víctima 198 fue baleada en un callejón. La víctima 199 apareció en una calle, con una bolsa de plástico en la cabeza. La víctima 200 fue hallada dentro de un tambo.
Así cerró septiembre de 2017 en Tijuana, Baja California. 200 muertos en un mes. El más sangriento en la historia de ese municipio.
Hace un año, las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, SESNSP, revelaron que la violencia en Tijuana había alcanzado su nivel más alto en diez años.
Solo entre enero y octubre hubo en las calles de esa ciudad fronteriza 671 homicidios. En 2015 habían ocurrido 498. En 2014, 404… en 2012, solo 270.
Más de 200 asesinatos cometidos en los dos primeros meses de 2017 alertaron a las autoridades. El infierno estaba de vuelta en la frontera, con su bestial cortejo de pesadillas.
Gente colgada en los puentes, decapitados, entambados, embolsados, desmembrados, balaceados.
Las proyecciones indicaban que 2017 iba a convertirse en el año más duro en la historia de Tijuana.
En 2009, cuando El Chapo Guzmán le peleó la ciudad al Cártel de los Arellano Félix —y se alió con Teodoro García Simental, conocido como El Teo y también como El Escrúpulos—, la violencia dejó mil 118 muertos.
Era la primera vez que se rebasaba la marca de mil homicidios en un año.
En el peor momento de esa guerra, 2011, el récord de violencia fue roto otra vez. Ese año hubo en Tijuana mil 256 asesinatos.
Las predicciones que avisaban que 2017 pintaba para ser el peor año en la historia tijuanense se concretaron en agosto pasado. Una estela de homicidios, hasta cuatro por día, cometidos a balazos y a la luz del sol, sacudieron la frontera. Ese mes apareció la víctima número mil.
Y sin embargo, faltaba que llegara el mes que batió las peores marcas: septiembre. En septiembre llegaron a cometerse nueve homicidios en 24 horas. Fue el caso del día 11: un lunes en que apareció gente muerta en calles, hoteles, autos, domicilios.
Todas las víctimas fueron baleadas. A algunas las encontraron en tambos. Todas eran menores de 35 años.
Uno de los crímenes más dramáticos de cuantos ocurrieron ese día fue el de un joven de 22 años que huyó corriendo de los sicarios que lo perseguían y murió a unos metros de su padre. Uno de los agresores se dio el lujo de bajar del vehículo y colocar encima del cadáver una cartulina con un mensaje intimidatorio.
Para las autoridades, las muertes están relacionadas con las organizaciones criminales que operan en la ciudad. El Cártel de Tijuana, hoy aliado con el grupo delictivo más poderoso del sexenio, el Cártel Jalisco Nueva Generación, CJNG, y el cártel que controló la zona durante la última década: el del Sinaloa.
El enfrentamiento entre estos grupos por el dominio de la frontera y el control del narcomenudeo en las calles arrojó a fines de octubre la cifra más demoledora que se ha registrado hasta la fecha: mil 265 homicidios.
Las autoridades locales atribuyen los altos índices de violencia a dos factores: la reorganización de las células delictivas que provocó el ingreso en Tijuana del CJNG, y la constante liberación de delincuentes a consecuencia de la puesta en marcha del Nuevo Sistema de Justicia Penal.
A finales de 2016 Tijuana había alcanzado el nivel de violencia más alto en los últimos diez años. La tasa de homicidios fue de 45 por cada 100 mil habitantes. La PGR informó entonces que había detectado a los jefes de los brazos armados de estos cárteles.
Reveló que El Chan, El Jorkera y El Kieto eran los líderes de las células de sicarios que operaban al servicio del Cártel de Tijuana, y que dos operadores, El Aquiles y El Tigre, movían a los gatilleros del Cártel de Sinaloa.
Y sin embargo, nada ocurrió.
Ni el gobernador de Baja California, Francisco Kiko Vega de Lamadrid, ni el alcalde Juan Manuel Gastélum (los dos panistas), parecen dispuestos a hacerse cargo del desastre. Mientras tanto, Tijuana ha vuelto a ser una de las ciudades más peligrosas de México.